Se sentó cerca del Chaplin que se sacaba fotos a cambio de unas monedas y encendió uno de esos cigarrillos franceses que le quedaban, viendo a los turistas pasar y dando sorbos a un café no muy bueno. Pensaba en la suerte de su vida, y se acordaba brevemente de quienes habían pasado por ella, preguntándose si los colores de Londres cambiarían en su compañía.
Mírala. Viste de negro y escribe mientras el viento revuelve su cabello. Eras tú, pero no lo eras. Volabas imaginando futuros en esta ciudad que acoge a todos, donde los ingleses te tratan como a una niña perdida.
Miraba a Londres a los ojos y Londres respondía a su mirada bailando frenéticamente, mostrando cómo todas las culturas sonreían convergiendo en esta mezcla maravillosa de palomas y música.
El fuerte viento del Támesis trae con él olores sugerentes y gritos de niños. Hay un árbol garabateado de arriba a abajo con palabras de amor y una niña con trenzas que ríe feliz con un peluche nuevo entre sus brazos. Una mujer rubia de voz común pero bonita acepta sugerencias de canciones famosas frente a un público efímero con su guitarra acústica.
Sonreíste. Cerraste los ojos. Y comenzaste de nuevo a soñar, porque sólo una personita tan tonta como tú se pone a soñar cuando está viviendo un sueño.