Miré hacia arriba y ahí estaba ella. No pude evitar soltar un suspiro. Quieta, imperturbable, mirándome con su tono tostado resaltando contra el blanco. Parecía sujetarse a duras penas, y parecía tener un brillo de maldad en su mirada, quizá solo un instinto de supervivencia distorsionado por mi inexperiencia, la incertidumbre, y por qué no decirlo, mi miedo.
La observé, durante mucho tiempo, pero era incapaz de mantener la mirada sobre ella más de cinco segundos, después de los cuales se anegaban mis ojos de lágrimas. Aunque de alguna forma, tenía un magnetismo que me hacía querer volver a mirar, una y otra vez, durante un tiempo que pareció infinito.
¡A la mierda!, me dije, ¿qué tengo que perder? y dubitativa, temblando, me acerqué a ella, dispuesta a actuar. Me elevé como pude, torpemente, y la miré, con la súplica en mis ojos. Sabía que ella me sentía, que conocía mis intenciones, mientras me observaba, como esperando, como si encontrara divertida mi indecisión. Pero ya no dudé más. Sabía que me arrepentiría durante semanas, cada noche en mi cama, si no pasaba a la acción. Y cuando fui a llevar a cabo tan enorme esfuerzo, ella se soltó, y se precipitó sobre mí, ligera como una pluma, colgando de un hilo.
Parecía que solo había pasado un segundo cuando lo terminé, contra el suelo, jadeando. Cuando me levanté después de asegurarme que ya no había nada más que hacer, y con orgullo, casi sin creer lo que había hecho, salí de la habitación. Tantas emociones seguidas, sin saber si era bueno o malo, pero con una enorme satisfacción, una media sonrisa y vidriosos los ojos.
Y así fue como terminé con la araña gigante y asquerosa que se metió en mi cuarto de baño -mediante la no tan sencilla técnica del "zapatillazo"-, tras varios minutos de llanto histérico durante lo que me di cuenta de que no había nadie para ayudarme pero jamás podría volver a dormir si la dejaba vivir.
I'm so proud.
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