Ayer te vi, y eras arte.
Encaramada a un árbol, como un pájaro asustado, venías de la guerra, y no te hizo falta hablar. Tus ojos, tu baile, lo decían todo. La curva de tu boca hipnotizaba a cuantos pasaban.
Te miré, y me devolviste la mirada. Te llamé, te acercaste con paso leve, me tendiste una mano. Lentamente, la estreché, y sonreíste (sinceramente, temblando, y me enamoré). De entre mis cenizas surgieron rosas que regalaste a la encarnación de la inocencia. Bailaste de pena, bailaste de gozo, me pediste música, e historias, y lo único que yo quería era desvivirme por complacerte.
Dudabas, siempre, antes de entregarte. Vulnerable, pero fuerte, tímida, pero valiente, nunca había visto a nadie que llevase el corazón por fuera. Te conocí... ya te conocía. Me regalaste un trozo de alma, y te fuiste para no volver.
Te dejé ir, y fui feliz por ello.
Porque libre es como te quiero.
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