El señor Rodríguez se encendió un cigarro en cuanto puso un pie en la calle. Maldita reunión. No pensaba que llegaría a esto cuando empezó a trabajar en la Universidad, hacía ya 27 años. Observó pasar a los estudiantes, tan jóvenes, tan despreocupados. No reirían tanto si supieran lo que les deparaba ese futuro que tan prometedor pintaba. Nadie les contaba que cuando las expectativas mueren, ya no queda nada.
Nadie les decía en esas clases con olor a papel, entre el murmullo de las teclas que furiosamente recogían información, que todo aquello que metían en los ordenadores, sustituyendo poco a poco a su cerebro, no serviría para nada. Que su vida se convertiría en un perenne estado de irrealidad en el que cada día era igual que el anterior, cada mes, cada año.
Tiró el filtro al darse cuenta que hacía rato que intentaba fumar un tabaco que ya no existía, mientras veía a una de sus alumnas pasar, probablemente comentando lo capullo que era. Eso decían."Aprueba al número mínimo de gente para que no lo despidan" "Me han dicho que le han puesto varias denuncias". Se pensaban que no escuchaba. Pero y qué. No sabía el nombre de ninguno de ellos, como ellos no recordaban el suyo tampoco. El calvo. El agrio. El pelos, cuando la edad y la gravedad aún no habían hecho de las suyas.
Mientras caminaba hacia su próxima clase, recordaba los viejos tiempos,con más indiferencia que nostalgia. Ya no había color, el mundo se había vuelto gris. Y mientras recogía las notas para una clase de economía que había impartido ya 56 veces, de la misma forma, con el mismo tono, bebió un sorbo de café y pensó en ella.
Y entonces sonrió levemente, y solo un poquito, volvió el color.
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